Jesús de Nazaret
Trataremos de trazar la imagen de Jesús de Nazaret recorriendo los
siguientes puntos:
1.- Algunos datos históricos.
2.- Jesús, personaje inclasificable.
3.- Rasgos fundamentales de la actuación de Jesús.
4.- El enigma de Jesús.
1. ALGUNOS DATOS HISTORICOS
Los evangelistas, preocupados de descubrir a sus lectores el misterio
encerrado en Jesús de Nazaret y en su mensaje, no nos han dejado de él ninguna
biografía. Los investigadores se esfuerzan hoy por conocer algunos datos
históricos sobre su vida. Son pocos los puntos en los que se llega a un acuerdo
mayoritario pero nos ofrecen ya un cuadro histórico suficiente en donde podemos
situar a Jesús de Nazaret.
Ningún investigador serio duda hoy de la existencia de Jesús de Nazaret.
Se discute sobre las fechas de su nacimiento y de su ejecución. Los autores
solo coinciden en que Jesús nació antes del año 4 a.C. Sobre su muerte, son
bastantes los que aceptan como fecha aproximada el año 30.
Jesús es judío. Su madre es María. Su patria es Galilea, una región
semipagana, despreciada por muchos judíos. Su lengua materna es el arameo
aunque conocería también el hebreo, la lengua litúrgica del pueblo en aquella
época.
Después de una vida ordinaria de trabajador, Jesús recibe el bautismo de
Juan y comienza, a continuación, una actividad de predicación por la región de
Galilea y más tarde por Judea y Jerusalén. Emplea un lenguaje sencillo,
concreto, agudo, que resulta inconfundible cuando se vale de pequeñas parábolas
extraídas de la observación atenta de la naturaleza y de la vida. El tema
central de toda su predicación es la llegada del Reinado de Dios.
Jesús ha realizado curaciones que resultaban inexplicables para los
testigos y en donde sus contemporáneos ciertamente han visto la acción salvadora
de Dios. Los milagros ocupan un lugar tan importante en los evangelios que es
imposible rechazarlos todos como un invento posterior de la comunidad
cristiana. El estudio crítico de los relatos evangélicos puede llevarnos a
dudar de si tal hecho concreto ocurrió o no tal como es relatado, pero, en
conjunto, no es legítimo negar la actividad milagrosa de Jesús.
Aunque muchos detalles del proceso y de la muerte de Jesús son objeto de
discusión, es un hecho seguro que Jesús ha sido crucificado en Jerusalén,
acusado de revolucionario político ante las autoridades romanas.
Naturalmente, estos datos no son lo único que podemos saber con certeza
de Jesús y, sobre todo, no son lo más importante, como veremos enseguida. Son
únicamente algunos elementos que nos ayudan a encuadrar históricamente su
figura y que se pueden obtener de los escritos evangélicos a pesar de que no
han querido ofrecernos una biografía de Jesús.
2. JESUS PERSONAJE INCLASIFICABLE
Todos los intentos de clasificar a Jesús dentro de los modelos de su
tiempo resultan vanos. No es posible encerrarlo en ningún grupo determinado
dentro de la sociedad judía.
Jesús no es un sacerdote judío.
No pertenece a la alta clase sacerdotal de Jerusalén ni a las modestas familias
de la tribu de Leví que se ocupan del culto judío. Jesús es un laico, un seglar
dentro de la sociedad judía (Hb 7, 13-14). Sin embargo, se atreve a criticar la
actuación de los sacerdotes que han convertido la liturgia del templo en un
medio de explotación a los peregrinos (Mc 11, 15-19) y su despreocupación a la
hora de acercarse a los hombres verdaderamente necesitados de ayuda (Lc 10, 30
- 37 ).
Jesús no es un saduceo. No
pertenece a esos grupos representantes de la alta aristocracia judía que
adoptaban una postura conservadora tanto en el campo político como religioso.
Por una parte, colaboraban con las autoridades romanas para mantener el orden
establecido por Roma que, de alguna manera, favorecía sus intereses. Por otra
parte, rechazaban cualquier renovación en la tradición religiosa y cultural del
pueblo. Jesús es un hombre de origen modesto, que camina por Palestina sin un
denario en su bolsa, y que ha vivido muy alejado de los ambientes saduceos. Su
libertad frente a las autoridades romanas y su enfrentamiento cuando se oponen
a su misión (Lc 13, 31-33) no recuerda la diplomacia saducea. Por otra parte,
Jesús ha rechazado la teología tradicional saducea (Mt 22, 23-33).
Jesús no es un fariseo. Los
fariseos constituían un grupo no muy numeroso (quizás unos 6.000) pero muy influyente
en el pueblo. Muchos de ellos pertenecían a la clase media y vivían formando
pequeñas comunidades, evitando el trato con gente pecadora. Se caracterizaban
por su dedicación al estudio de la Torá, su obediencia rigurosa a la Ley (sobre
todo el sábado), la observancia de prescripciones rituales, ayunos,
purificaciones, limosnas, oraciones, etc. Jesús ha vivido enfrentando a la
clase farisea adoptando un estilo claramente antifariseo. Se mueve libremente
en ambientes de pecadores, dejándose rodear de publicanos, ladrones y gente de
mala fama. Condena con firmeza la teología farisea del mérito, de aquellos
hombres que se sienten seguros ante Dios y superiores a los demás (Lc 18,
9-14). Critica su visión legalista de la vida y coloca al hombre no ante una Ley
que hay que observar, sino ante un Padre al que debemos obedecer de corazón (Mt
5, 20-48). Rechaza violentamente la hipocresía de aquellos hombres que reducen
la religión a un conjunto de prácticas externas a las que no responde una vida
de justicia y amor (Mt 23).
Jesús no es un terrorista zelota
ni ha tomado parte activa en el movimiento de resistencia armada que ha ido
cobrando fuerza en el pueblo judío en su intento de expulsar del país a los
romanos y establecer con la fuerza armada el reino mesiánico. Jesús ha vivido
en ambientes en donde se respiraba esta esperanza. Además su libertad y su
actitud crítica ante las autoridades (Lc 13, 32; 20,25; 22, 25-26), ante los
ricos y poderosos (Lc 6, 24-25; 16, 19-31), y sobre todo, el anuncio del
Reinado de Dios hizo posible que fuera acusado de revolucionario. Pero, Jesús
no ha participado en la resistencia armada contra Roma. No ha pretendido nunca
un poder político-militar. Su objetivo no era la restauración de la monarquía
davídica y la constitución de un nación judía libre bajo el único imperio de la
Ley de Moisés. Su mensaje rebasa profundamente los ideales del zelotismo.
Jesús no es monje de Qumrán.
No pertenece a esta comunidad religiosa que vive en el desierto, a orillas del
Mar Muerto, separada del resto del pueblo, esperando la llegada del reino
mesiánico con una vida de observancia rigurosa de la Ley, ayunos y
purificaciones rituales. Jesús no vive retirado en el desierto como Juan el
Bautista. Sus discípulos no ayunan (Mc 2,18). Jesús participa en banquetes con
gente de mala fama (Mt 9, 10-13). No ha querido organizar una comunidad de
gente selecta, separada de los demás. Su mensaje está dirigido a todo el
pueblo, sin distinciones. Incluso, se siente enviado a llamar especialmente a
los pecadores (Lc 5, 32). Aunque el hallazgo de los manuscritos de Qumran en
1947 nos ha descubierto grandes semejanzas entre esta comunidad judía y las
primeras comunidades cristianas, debemos decir que la postura de Jesús ante la
Ley, la primacía que concede al amor y al perdón, su predicación del Reino de
Dios y su cercanía a los pecadores lo distancian profundamente del ambiente que
se respiraba en Qumran.
Jesús no es un rabino aunque
algunos contemporáneos lo hayan llamado así. Jesús, sin una sede doctrinal
fija, rodeado de gente sencilla, pecadores, mujeres, niños_ no ofrece la imagen
típica del rabino de aquella época. Ciertamente Jesús no es un rabino dedicado
a interpretar fielmente la Ley de Moisés para aplicarla a las diversas
circunstancias de la vida. Por otra parte, Jesús habla con una autoridad
desconocida, sin necesidad de citar a ningún maestro anterior a él, e, incluso,
sin apelar a la autoridad de Moisés. La gente era consciente de que enseñaba
“como quien tiene autoridad y no como los escribas” (Mc 1, 22).
Jesús no es un profeta más en
la historia de Israel. Es cierto que fue considerado por sus contemporáneos
como un profeta de Dios (Mt 21, 11; 21, 46; Lc 7 16). Es cierto que Jesús
adoptó en su actuación un estilo profético como aquellos hombres portadores del
Espíritu de Yahveh y portavoces de la Palabra de Dios para el pueblo. Pero
Jesús no es un profeta más dentro del pueblo judío. Jesús no siente la
necesidad de legitimar su predicación aludiendo a una llamada recibida de
Yahveh, como hacen los profetas judíos (Am 7, 15; Is 6, 8-13; Jr 1, 4-10).
Tampoco emplea el lenguaje propio de los profetas que se sienten meros
portavoces de la palabra de Yahveh: (“Así habla Yahveh”, “Escuchad lo que dice
Yahveh”, “Es oráculo de Yahveh”); Jesús emplea una fórmula típica suya,
totalmente desconocida en la literatura profética y que manifiesta una
autoridad plena y sorprendente: “En verdad, en verdad yo os digo_” (“Amén,
amén). Además, Jesús no se mueve, como los profetas, en el marco de la alianza
entre Yavé e Israel para hablar al pueblo de las exigencias de la Ley, de las
promesas del Dios aliado con el pueblo o de los castigos que les amenazan como
consecuencia de la inobservancia de la alianza. Jesús anuncia algo totalmente
nuevo: el Reinado de Dios empieza ya a ser realidad.
3. RASGOS FUNDAMENTALES DE LA
ACTUACION DE JESUS
La lectura atenta de los Evangelios nos permite recoger los rasgos
fundamentales de Jesús de Nazaret y tomar conciencia de la imagen que tenían de
su personalidad los primeros creyentes.
a. Jesús, hombre
libre
La libertad sorprendente de Jesús es el dato primero y mejor confirmado
tanto por la oposición de sus adversarios como por la admiración del pueblo y
la adhesión de sus seguidores. Jesús se impone como un hombre libre frente a
todo y frente a todos los que puedan obstaculizar su misión.
Jesús es un hombre libre frente a sus familiares que tratan de apartarle
de su vida peregrinante de anuncio de una Buena Noticia (Mc 3,21. 31-35).
Jesús se mantiene libre frente al círculo de sus amigos que quieren
dictarle cómo debe ser su conducta, en contra de la voluntad última del Padre
(Mc 8, 31-33).
Jesús, salido de los ambientes rurales de Galilea, se atreve a
enfrentarse y criticar libremente a los escribas, especialistas de la Ley, las
clases cultas de la sociedad judía (Mt 23).
Jesús manifiesta una libertad total frente a la presión social ejercida
por las clases dominantes y, de manera especial, por los grupos fariseos que
retienen indebidamente el poder de interpretar la Ley.
Jesús es libre frente al poder político de las autoridades romanas sin
entrar en cálculos políticos y juegos diplomáticos (Lc 13, 31-32; Mt 20,
25-28). De la misma manera, se enfrenta con entera libertad a los dirigentes
religiosos del Sanedrín judío (Mc 14, 53-60).
Jesús no se deja arrastrar tampoco por la estrategia de las fuerzas de
resistencia a los ocupantes romanos (Mc 4, 26-29; Jn 6, 15) defraudando así
ilusiones de muchos que esperaban un reino judío mesiánico dominador del mundo
entero.
Jesús no se deja esclavizar por “las tradiciones de los antiguos” que
alejaban a los judíos de la verdadera voluntad de Dios (Mc 7, 1-12). Tampoco se
ata a las últimas corrientes rabínicas que circulan en la sociedad judía (Mt
19, 1-9).
Jesús se manifiesta libre frente a ritos, prescripciones y leyes
litúrgicas que quedan vacías de sentido si se olvida que deben estar al
servicio del hombre (Mc 3, 1-6; 2, 23-28) y orientadas hacia un Dios que
“quiere amor y no sacrificios” (Mt 12, 1-8).
Esta libertad total de Jesús tanto en su palabra como en su actuación,
irrita a los defensores del sistema legal judío que desean asegurar su
interpretación de la Torá, despierta las esperanzas del pueblo que comienza a
descubrir un sentido nuevo a la vida y logra la adhesión de algunos seguidores.
¿Dónde está el origen y la explicación de esta libertad de Jesús?
b. Obediencia radical al Padre
Jesús es totalmente libre porque vive entregado enteramente a cumplir la
voluntad de un Dios al que él llama “Padre”. Hay una constante clara en la vida
de Jesús de Nazaret: su fe total en el Padre, su obediencia radical al Padre.
Lo que alimenta su vida y da sentido a toda su actuación es hacer la voluntad
del Padre (Jn 4,34).
Más concretamente, Jesús se descubre a sí mismo como llamado por el Padre
a anunciar una Buena Noticia a las gentes: “Dios está cerca del hombre”. El
objetivo último de toda su vida es arrastrar a los hombres hacia una gran
esperanza que le anima a él mismo desde dentro: hay salvación para el hombre.
Hay futuro. Dios mismo quiere intervenir en la historia humana, adueñarse de la
vida del hombre y hacer posible nuestra verdadera liberación. “Llega ya el
Reinado de Dios”.
Toda la vida de Jesús está orientada a anunciar a los hombres esta Buena
Noticia, la mejor que los hombres podían escuchar (Lc 4. 18-19). Porque el Dios
que viene a reinar en la vida del hombre no es un tirano, un dictador, un señor
vengativo o caprichoso, que busca su propio interés. Es un Dios liberador, que
busca la recuperación de todo hombre perdido (Lc 15, 4-7). Un Dios que sabe
preocuparse de los últimos (Mt 20, 1-16), un Padre que sabe acoger y perdonar
(Lc 15, 11-32), un Señor que llama a una gran fiesta a todos los hombres por
muy pobres, desgraciados y perdidos que se encuentren (Mt 22, 1-14).
Marcos recoge bien esta misión a la que dedicó Jesús toda su vida:
“Anunciaba la Buena Noticia de Dios: El tiempo se ha cumplido y el Reinado de
Dios está cerca; cambiad de mentalidad y creed en esta Buena Noticia” (Mc
1,15).
c. Un hombre para los demás
Jesús es un hombre libre para amar. Un hombre que da siempre la última
palabra al amor. Para Jesús ya no es la Ley la que debe determinar cómo debemos
comportarnos en cada situación. Es el hombre necesitado el verdadero criterio
de actuación. Y toda nuestra vida tiene sentido en la medida en que servimos al
hombre necesitado (Lc 10, 29-37).
Así ha vivido Jesús “no para ser servido, sino para servir” (Mc 10, 45).
Toda su vida es “desvivirse” por los demás. No encontramos nunca a Jesús
actuando egoístamente en busca de su propio interés. No se preocupa de su
propia fama (Mt 9, 10-13; 11,19). No busca dinero ni seguridad alguna (Mt 8,
20; Lc 16, 13) No pretende ningún poder (Jn 6, 15). No vive para una esposa
suya ni un hogar propio. Es un hombre libre para los demás, un
“hombre-para-otros”.
Su preocupación es el hombre necesitado. Lo que impulsa toda su vida es
el amor apasionado a los hombres a los que considera hermanos. Un amor amplio,
universal (Lc 10, 29-37). Un amor sincero, servicial (Lc 22,27). Un amor que se
traduce en perdón a sus ejecutores (Lc 23,. 34; Mt 55,44).
d. Cercanía a los necesitados
Jesús no es neutral ante las necesidades e injusticias que encuentra
junto a los pobres, los marginados, los desprestigiados, los enfermos, los
ignorantes, los abandonados. Siempre está de parte de los que más ayuda
necesitan para ser hombres libres.
Jesús se mueve en círculos de mala reputación, rodeado de gente
sospechosa, publicanos, ladrones, prostitutas_ personas despreciadas por las
clases más selectas de la sociedad judía (LC 7, 36-50).
Jesús se acerca con sencillez a los pequeños, los incultos, los que no
pueden cumplir la Ley porque ni siquiera la conocen, hombres despreciados por
los cultos de Israel (Jn 9, 34).
Jesús acoge a los débiles, a los niños (Mc 10,13-16), a las mujeres
marginadas por la sociedad judía (Lc 8, 2-3; 10, 38-42; 13,10-17).
Jesús se acerca a los enfermos, los leprosos, los enajenados, los
impuros, hombres sin posibilidades en la vida, considerados pecadores a los
ojos de todo judío (Mc 1, 23-28; 1, 40-45; 5, 25-34).
Jesús defiende a los samaritanos considerados como pueblo extraño e
impuro (Lc 9, 51-55; 10, 29-37).
Jesús se preocupa del pueblo humilde, la masa, las gentes desorientadas
de Israel (Mc 6, 34; Mt 9, 36), el pueblo agobiado por las prescripciones de
los rabinos (Mt 23, 4).
e. Servicio liberador
Jesús no ofrece dinero, cultura, poder, armas, seguridad_ pero su vida
es una Buena Noticia para todo el que busca liberación.
Jesús es un hombre que cura, que sana, que reconstruye a los hombres y
los libera del poder inexplicable del mal. Jesús trae salud y vida (Mt 9, 35).
Jesús garantiza el perdón a los que se encuentran dominados por el
pecado y les ofrece posibilidad de rehabilitación (Mc 2, 1-12; Lc 7, 36-50; Jn
8, 2-10).
Jesús contagia su esperanza a los pobres, los perdidos, los
desalentados, los últimos, porque están llamados a disfrutar la fiesta final de
Dios (Mt 5, 3-11; Lc 14, 15-24).
Jesús descubre al pueblo desorientado el rostro humano de Dios (Mt 11,
25-27) y ayuda a los hombres a vivir con una fe total en el futuro que está en
manos de un Dios que nos ama como Padre (Mt 6, 25-34).
Jesús ayuda a los hombres a descubrir su propia verdad (Lc 6, 39-45; Mt
18, 2-4), una verdad que los puede ir liberando (Jn 8, 31-32).
Jesús invita a los hombres a buscar una justicia mayor que la de los
escribas y fariseos, la justicia de Dios que pide la liberación de todo hombre
deshumanizado (Mt 6, 33; Lc 4, 17-22).
Jesús busca incansablemente crear verdadera fraternidad entre los
hombres aboliendo todas las barreras raciales, jurídicas y sociales (Mt 5,
38-48; Lc 6, 27-38).
Si quisiéramos resumir, de alguna manera, la actuación liberadora de
Jesús, podríamos decir que desde su fe total en un Dios que busca la liberación
del hombre, Jesús ofrece a los hombres esperanza para enfrentarse al problema
de la vida y al misterio de la muerte.
f. Fidelidad hasta la muerte
Jesús se nos ofrece en los relatos evangélicos como hombre fiel al
Padre, fiel a sí mismo y fiel a su misión hasta la muerte.
Jesús no murió de muerte natural. Fue ejecutado como consecuencia de los
conflictos que provocó con su actuación. Por una parte, su actitud ante la Ley
de Moisés ponía en crisis toda la institución legal del pueblo judío privando a
los dirigentes de Israel de su autonomía religiosa y social. Por otra parte, el
anuncio de un Dios abierto a todos los hombres, incluso a los extranjeros y
pecadores ponía en crisis el carácter privilegiado del pueblo judío y su
alianza con Yavé. El Dios que anunciaba Jesús no era el Dios de la religión
oficial judía. Además, Jesús decepcionó profundamente la expectación mesiánica
de carácter político que su aparición pudo despertar en grandes sectores de la
población.
La ejecución iba a poner a prueba toda la trayectoria de Jesús de
Nazaret. El rechazo de todos parecía desmentir, invalidar y reducir al fracaso
todo su mensaje de amor y fraternidad humana. Pero, Jesús, abandonado por
todos, grita hasta el final: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”
(Lc 22, 34). Además, la crucifixión parecía el signo más evidente del abandono
de Dios a su falso profeta, equivocado lamentablemente y condenado justamente
en nombre de la Ley. Sin embargo, Jesús aún viéndose abandonado por Dios (Mc
15, 34) grita al morir: “Padre, en tus manos pongo mi vida” (Lc 23, 46).
Jesús murió creyendo hasta el final en el amor del Padre y en el perdón
para los hombres. Sin embargo, su muerte en una cruz sellaba el fracaso de un
hombre libre y justo, y dejaba en total ambigüedad su mensaje de la venida del
Reino de Dios, que con tanta fe había anunciado.
Contexto socio-político que vivió
Jesús. Existencia de Jesús
¿En qué contexto sociológico, político y cultural se presenta la figura
de Jesús de Nazaret?
Por: P. Antonio Rivero, L.C | Fuente: Libro Jesucristo
¿Cómo era Palestina en tiempos de Jesús
Situación política.
Palestina estaba dominada por Roma. La cultura
dominante del país era la judía, aunque también se hablaba el griego. Por
tanto, era un país cruzado por varias culturas: hebrea, griega y romana. Roma
respetaba bastante las particulares e instituciones de los pueblos que
dominaban. Había un representante romano para gobernar, con una pequeña
guardia. La vida de Jesús se desarrolla en el tiempo de los emperadores Augusto
y Tiberio. Herodes el Grande es el rey de toda Palestina cuando Jesús nace.
Herodes muere en seguida, dejando a sus hijos su territorio: Herodes Antipas
hereda Galilea, y Arquelao Judea. En tiempos de Jesús había también judíos
rebeldes, que lucharon por la independencia de Palestina, incluso con las
armas. Entre ellos estaban Judas Galileo y los zelotas
Situación social.
Palestina se componía de dos grupos sociales: los
judíos habitantes en la misma Palestina y los paganos romanos. Había bastantes
judíos que vivían en la diáspora, es decir, fuera de Palestina. Dentro del
grupo judío había dos orientaciones desde el punto de vista religioso:
Los fariseos: era un grupo religioso al que pertenecían algunos sacerdotes, pero
la mayoría eran laicos. Cumplían la ley de Moisés estrictamente. Respetaban las
tradiciones (sábado, ritos purificatorios, oraciones, limosnas, diezmos, etc.)
Estudiaban la ley de Moisés. Eran influyentes y respetados. Esperaban la futura
llegada de un Mesías liberador político. Creían en la resurrección final.
Deseaban la independencia de Palestina. No eran amigos de los romanos, aunque
vivían con ellos.
Los saduceos: grupo religioso al que pertenecían las familias sacerdotales más
importantes. Querían también la independencia, pero vivían sin grandes
problemas bajo la dominación romana. Rechazaban las tradiciones orales judías.
No creían en la resurrección. Eran ricos.
Otras clases sociales: Las grandes muchedumbres: sencillos, religiosos; los sacerdotes:
cuidaban el templo y ofrecían sacrificios; los levitas: ayudaban a los
sacerdotes; los guardias del templo: ponían orden dentro del recinto del
templo; los escribas: maestros y abogados; los Ancianos: Sus decisiones eran
determinantes; los esenios o monjes de Qumran: una especie de orden religiosa;
los discípulos de Juan Bautista; los publicanos: unidos con los romanos;
cobraban los impuestos; eran ricos y odiados; considerados como pecadores; no
cumplían la ley ni las purificaciones; los herodianos: deseaban que la familia
de Herodes se hiciera cargo del poder de Palestina; los zelotas: rebeldes y
fanáticos contra la dominación romana; nacionalistas, patriotas, creyentes y
violentos; querían una nación libre y gobernada en nombre de Dios.